Religión y violencia hacia la mujer: oportunidad desaprovechada                                  para incidir en el espacio público. 



                                         Autora: Rev. MsC. Yamilka Hernández Guzmán

La encarnación en Jesucristo cuenta la historia de cómo Cristo entró al mundo y se despojó a sí mismo (Flp 2). El camino de la cruz trastoca nuestros caminos humanos, cuestiona el prestigio, el poder y el estatus y abre una nueva manera de ser en este mundo1.

El termino violencia ha sido parte de las diferentes sociedades, familias e individuos desde el principio de la historia de la humanidad hasta nuestros días. La violencia desde el punto de vista social y de salud afecta a todos los países y a todas las capas sociales; es sin duda un asunto muy complejo y de difícil solución. En los últimos tiempos ha adquirido resonancia social, no solo porque ocurre con más frecuencia, sino también porque hoy son más conocidas y estudiadas estas conductas. La violencia es una actividad esencialmente humana, protagonizada por el hombre como miembro de determinada sociedad y es todo el conjunto de condiciones que lo hacen posible, es por lo tanto un proceso y no un hecho aislado. Los diferentes grados, niveles y concepciones de violencia están en correspondencia con los valores, normas y creencias de cada país, época y clase social. Son más ampliamente conocidas las manifestaciones de violencia manifestada en forma de daño físico, psicológico, sexual, etc. que pone en peligro a otras personas. Pero son muy pocos los que reconocen el ejercicio del poder como una forma de violencia. Siguiendo los argumentos de Gramsci (1971), Foucault (1972,1980), entre otros, el sujeto se encuentra en relaciones de producción y significación; y éstas, a su vez, determinan las relaciones de poder existentes. Pero ellos sólo reconocen tres formas de dominación: étnicas, sociales  y religiosas.  

No contemplaron la dominación  masculina como una relación de poder que invisibiliza a las mujeres. Las relaciones intergenéricas  operan en todos los ámbitos de la vida de las personas al igual que el poder, pues históricamente se han configurado como relaciones de dominación de género. En Cuba ha sido vital la existencia de la Federación Mujeres Cubanas (FMC) como organización para alcanzar el desarrollo y la equidad. Las investigaciones en este tema en Cuba han sido lideradas  por el Centro de estudios sobre la Mujer de la FMC y el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) orientados fundamentalmente a indagar sobre el acceso y los obstáculos para ejercer cargos de dirección de importancia. Además, por el movimiento de Cátedras de la Mujer que se impulsó en las universidades del país y, por el Centro de Estudios de la Mujer, creado en 1997. A pesar de los cambios experimentados en la sociedad civil  y la cultura espiritual durante un proceso de más de cincuenta años, en Cuba no todas las iglesias  han abordado de igual manera este asunto. El espectro de posiciones es diverso y plural, como corresponde a un contexto de trasformaciones internas y de creciente interacción con el mundo y sus realidades. Una mirada al panorama cubano denotaría varios factores concurrentes: La influencia del   legado de las iglesias madres. 

Las características denominacionales –toda denominación tiene, si se quiere, su propia historia con relación al liderazgo de la mujer. 1 La Federación Luterana Mundial, 2016: La Iglesia en el espacio público, pág. 19 1

Los particulares modos en que se codifican el machismo y el sexismo- que todavía conservan espacios en diversos dominios de la cultura nacional y ello se refleja también en la vida eclesial. Aún en el siglo XXI  las mujeres cristianas cubanas se encuentran realizando aquellas tareas hacia las cuales fueron relegadas, pero sin acceso a las áreas del liderazgo, poder, decisión y dirección al más alto nivel en gran número de las iglesias cristianas. Su participación se reduce a las organizaciones femeninas y áreas de ministerio en las que no se tiene acceso a la toma de decisiones. En ocasiones, las propias mujeres ven con naturalidad esta discriminación y la justifican, o hasta se convierten en voceras y transmisoras de estos criterios excluyentes a las nuevas generaciones. Los mismos patrones injustos y humillantes que las han mantenido en los <<papeles secundarios>> a nivel social, encuentran silenciada legitimación en el contexto eclesial. No le está permitido dirigir el oficio público, administrar los sacramentos ni predicar en los cultos en la congregación, en muchas denominaciones cristianas. Así como la mujer no debe ser cabeza de la casa tampoco debe   ser “cabeza” sobre la casa de Dios; este es el principal de los argumentos esgrimidos. 

El lugar que la mujer ha alcanzado en la sociedad está presionando hacia dentro de iglesias que son conservadoras con la doctrina de Cristo. Es a partir de las últimas décadas que se han gestado numerosos grupos feministas, los que también ingresaron en la iglesia y abogan por que esta sea el lugar por excelencia para dar el ejemplo de apertura de espacios para las mujeres a fin de no hacer distinciones ni exclusiones. Se han dado pasos a fin de mejorar la preparación bíblica y teológica de las mujeres y comienzan a aparecer las primeras contribuciones de pensamiento teológico feminista en sus diferentes corrientes, también han surgido organizaciones femeninas interdenominacionales de carácter nacional como el Programa de Mujer y Género del Consejo de Iglesias de Cuba (CIC). A pesar del sostenido trabajo de más de 30 años realizado por este Programa en torno a la problemática de la mujer en las instituciones religiosas del país, son visibles las dificultades relativas al empoderamiento femenino en este medio; en la iglesia evangélica cubana, a pesar de que las mujeres representan el 85 % de la membrecía, sólo ostenta el 10 % del liderazgo denominacional y apenas el 5% del liderazgo interdenominacional regional o nacionalmente (cifras aproximadas). Para el análisis de esta situación se hace necesario su tratamiento desde las condiciones impuestas por la organización así como las impuestas por las propias mujeres.

 El empoderamiento de las mujeres es materia de análisis y está presente en el discurso de numerosos actores sociales (activistas de organizaciones no gubernamentales, funcionarias/os gubernamentales, académicas/os, organismos internacionales), y hasta la teología de corte feminista ha hecho uso del término. Su uso responde a la necesidad de generar cambios dentro de las relaciones de poder entre géneros. Por último, si tenemos en cuenta lo planteado por Zimmerman (2000) en cuanto a que las acciones, actividades o estructuras pueden ser empoderadoras, de manera que es posible definir a las estructuras proveedoras de recursos y oportunidades empoderadoras como contexto empoderador; podríamos afirmar que, desde esta postura, la iglesia necesita convertirse en un espacio empoderador para las mujeres creyentes, no basta con ejecutar acciones o actividades si no se logra impactar y transformar las respectivas estructuras.   2

La educación es probablemente la condición previa más importante para la emancipación, pues la ignorancia es un medio tanto para mantener sometida a la mujer como para justificar su sometimiento. Hoy, la formación, capacitación y educación para, por y desde las mujeres es la mejor herramienta para el desarrollo, el empoderamiento personal y el liderazgo femenino. La fuerza colectiva se considera el recurso transformador más importante que tienen a su disposición las mujeres, dada la privación de derechos políticos desde casi todas las fuentes de poder institucional a las que han tenido que estar sujetas históricamente. El reconocimiento de la identidad colectiva de género para el cambio es crucial en la estrategia del empoderamiento. La declaración  de los aspectos compartidos de la subordinación apunta a su carácter colectivamente impuesto y, por ello, colectivamente variable, y forma la base de estrategias para el cambio. Para explicar este enfoque del empoderamiento y liderazgo de la mujer,  se hace necesario partir de la diferencia conceptual entre “sexo” y “género”, el primero entendido como la configuración natural sexual, que se traduce en diferencias naturales de uno y otro sexo identificadas como de genotipo y fenotipo, y que clasifica a las personas por su potencial papel en la reproducción. 

El género, al decir de Marcela Lagarde (1996), “es más que una categoría, es una teoría amplia que abarca categorías, hipótesis, interpretaciones y conocimientos relativos al conjunto de fenómenos históricos construidos en torno al sexo.  El género está presente en el mundo, en las sociedades, en los sujetos sociales, en sus relaciones, en la política y en la cultura”. Las asignaciones de género también han sido establecidos en el marco de los ámbitos sociales que esta categoría define para sí: el público (que incorpora el mercado, el Estado, la sociedad civil), y el ámbito privado, reducido a la familia. Esta diferenciación socio-cultural del género ha venido acompañada de relaciones desiguales entre ambos sexos. La configuración patriarcal de las estructuras en las sociedades a escala mundial desde fechas tempranas, ha colocado a los hombres en ese polo hegemónico, dejando para las mujeres el papel de la subordinación en las relaciones de género. La  categoría de género nos permite analizar y comprender cómo se construyen las identidades femenina y masculina, la condición femenina y la situación de las mujeres, al igual que la de los hombres.  

El Enfoque de género incluye el análisis de las relaciones sociales entre los géneros e intragénericas (personas del mismo género), tanto en el ámbito privado, como en el público y por ende en las instituciones y en general en la política.  En esta dimensión política nos brinda las herramientas para reconocer y analizar la conformación de los poderes asignados a cada género y las relaciones de poder entre los géneros, con su consecuente impacto en el conjunto de la sociedad. Por otro lado, Maxine Molineaux (1958) considera importante diferenciar los intereses prácticos de las mujeres (alimentación, salud, agua, combustible, cuidado de los hijos, educación) de las metas  estratégicas tendentes a cambiar su subordinación. Entonces comienza a ser utilizado el concepto de empoderamiento como una herramienta clave para alcanzar estos intereses estratégicos y cambiar la posición de las mujeres y parte de lo que ha sido y es su historia. En diferentes épocas ha regido la idea de que a la mujer le corresponde una posición subordinada en todos los grupos humanos, pues históricamente el Patriarcado (dominio de lo masculino sobre lo femenino) ha atravesado las diferentes etapas de la civilización humana.  Predominaron los patrones culturales patriarcalistas a través de los cuales se acapara el conocimiento perteneciente a los varones lo que le permitirá someter, dominar, esclavizar, explotar por naturaleza al sexo opuesto.

 La historia de la mujer es la historia de la discriminación. Desde las primeras civilizaciones la mujer es asociada a la maternidad; por lo que le fue asignado el mito del instinto maternal, del amor espontáneo de  toda madre hacia su hijo. El empoderamiento como estrategia sociopolítica, como nueva forma de entender y ejercer el poder no surge de manera espontánea, sino que es consecuencia de toda una trayectoria histórica de la lucha de las mujeres por conquistar sus derechos. Se pretende  que mediante el conocimiento de las luchas y de las formas de entender el mundo las mujeres, puedan tener modelos en los que fijarse.  Debido a que otras mujeres, las que las han precedido, han planteado un nuevo contrato social, ellas puedan plantearse empoderarse y ser capaces de empoderar a otras mujeres e incluso a algunos hombres. De acuerdo con  Carmen Alborch, hay que estar unidas por los saberes, si queremos liderazgos femeninos necesitamos conocer la historia de las mujeres, tenemos que volver el foco hacia ellas, nombrarlas y enorgullecernos de nuestra genealogía. 

De otra manera, seríamos como huérfanas: Somos herederas de las mujeres comunes, tenemos que recuperar su memoria para nosotras. Es necesario reconocerse como herederas de una historia de luchas, en las que cada mujer que antecede ha dejado su contribución, y encontrar en ellas los referentes para el liderazgo femenino. Por lo tanto, se hace necesario hablar un poco de las mujeres que vivieron antes, hay que recuperar la genealogía de las mujeres, reconstruir su participación. La presencia de las mujeres, en la ciencia, o en cualquier otro espacio que represente cierto nivel intelectual o técnico, suscita siempre la sensación de vacío. Es necesario buscar, investigar si estamos o no y que hemos hecho. Las mujeres no tenemos modelos en los que mirarnos, estamos construyendo el simbólico femenino, ese espacio donde mirar y reconocernos, del que alimentarnos y saber que disponemos de un patrimonio que otras mujeres antes que nosotras en cada campo o tarea que deseamos realizar, ya hicieron su construcción social, cultural o científica, generando modelos y visiones, que pasan a ser ya patrimonio de todas. Reconstruir la participación de las mujeres significa recuperar, comprender y aprender de las experiencias, del conocimiento y del saber de las mujeres. También es necesario conocer la importancia de nuestro valor social, la importancia del trabajo femenino en la economía mundial, no del trabajo asalariado, que desempeñan tanto hombres como mujeres, sino del trabajo doméstico sobre el que se asienta una de las mayores injusticias sociales. Dejar hablar a las mujeres para decir quiénes son, para romper el silencio que las oculta y porque la construcción del género es al mismo tiempo el resultado de un proceso de representación y auto representación. Existe un paradigma falso, que se basa en el desconocimiento o ausencia intencionada de la presencia de las mujeres y sus obras en los ámbitos científicos y tecnológicos, no están dentro de la historia científica oficial. El silencio hacia las mujeres ha sido demasiado largo, son siglos y siglos de exclusión lo que tenemos en nuestras vidas; además debemos, aunque sólo sean unas pinceladas, conocer y reconocer a las mujeres que nos precedieron. 4

La reconstrucción de la memoria histórico-social de la mujer contribuye a la transformación de su auto representación  genérica. Visualizar ese valor, eleva su autoestima como colectivo social y las impulsa en la carrera por la transformación del liderazgo femenino como manera de visibilizar el género, las libera de prejuicios sexistas, y que se produzcan cambios en la representación social de ambos géneros. En el tratamiento que se la ha dado a la mujer en la realidad eclesial todavía se manifiestan los prejuicios culturales de una sociedad androcéntrica en una institución organizada y concebida desde el varón, para lo cual se esgrimen razones bíblicas y teológicas. Esto se hace evidente en el decursar histórico, desde la génesis del cristianismo. En el período 2012-2013 en investigación para obtener el título de máster en Ciencias estuve trabajando con un grupo de discusión de 20 mujeres líderes del CIC, representantes de 6 provincias del país y 14 denominaciones cristianas. De esa intervención pude llegar a las siguientes reflexiones:
1- El liderazgo eclesial cubano es ejercido en un contexto patriarcal de relaciones  de género.  La iglesia cubana, a pesar de los cambios en el imaginario social ocurridos en nuestro país, con el triunfo de la revolución  con respecto a los roles y relaciones de género, continúa  reproduciendo y legitimando  relaciones  de género de opresión y discriminación para la mujer. La mujer ha sido relegada a desempeñar  roles dentro de la vida eclesial  sin acceso a las áreas del liderazgo, poder, decisión y dirección en la mayoría de las denominaciones cristianas. La iglesia cubana legitima los patrones injustos y humillantes para las mujeres y mantiene para ellas un límite invisible que impide su acceso a los máximos niveles jerárquicos alegando fundamentos bíblicos, teológicos, históricos  y  culturales. Los espacios de formación bíblico-teológicas  a los que la mujer evangélica cubana accede comienzan a transformar su manera de concebir el género y aparejado con la influencia del pensamiento teológico feminista en sus diferentes corrientes ha comenzado una lucha por la transformación de las relaciones de género en relaciones más equitativas. Esa lucha no ha logrado impactar a todas las mujeres cristianas, el reclamo por el empoderamiento del liderazgo femenino genera resistencias aún dentro de las organizaciones femeninas evangélicas que hacen suyo el discurso de la dominación y lo continúan reproduciendo. Construyen su identidad de género a partir de  los roles asignados por otros y asumidos como propios a pesar de los malestares que le genera el  sostenimiento de los mismos de forma paralela a las demandas de su posición de liderazgo. Se están produciendo lentas transformaciones pero sólo a nivel cognitivo, a nivel del discurso se reconoce la lucha por el empoderamiento como loable, que dignifica a la mujer. Pero no se observan transformaciones en las estructuras de poder. Se han realizado acciones pero éstas no impactan las estructuras.  Comienzan a aparecer interpretaciones del texto sagrado desde otros referentes pero todavía hay resistencia al cambio por las vivencias negativas y continúa siendo el hombre el protagonista del espacio público. Las pocas mujeres que acceden a él intentan repetir los estilos de liderazgos masculinos que son su único referente y produce el rechazo de las otras mujeres. Los mecanismos de la opresión son cada vez más solapados, van desde la exclusión de ciertos tópicos de las agendas de toma de decisiones impidiendo de esta forma que se exteriorice el conflicto hasta los “mecanismos de opresión internalizada” que impiden generar conciencia sobre la situación en la que se está inmerso e imaginar  alternativas de solución, ya que operan también a nivel cognitivo: por la ignorancia, la negación o la disonancia cognitiva que produce un nuevo discurso en la vida de las féminas. El que exista una organización de mujeres no significa necesariamente que promueva el empoderamiento Las normas sociales, religiosas, los valores y las prácticas desempeñan un papel crucial en el enmascaramiento de la realidad del dominio masculino. 

 2- Las necesidades educativas en torno al  empoderamiento que el liderazgo eclesial femenino evangélico cubano manifiesta son:  El liderazgo femenino necesita desarrollar su conciencia de género y elevar su autoestima individual y colectiva.  Es necesario develar los mecanismos de la opresión internalizados por ellas mismas.  Conocer el vínculo que existe entre sus prácticas y sus concepciones sobre el orden social, sus creencias, juicos de valor y aspiraciones.  La necesidad  de salir de la sacralización del destino propio para la toma de conciencia.  Identificar obstáculos para expresar puntos de vista, necesidades e intereses propios y oportunidades para superarlos (tiempo, espacio, organización).  Diseño de acciones para contrarrestar la discriminación de las mujeres por parte de las estructuras religiosas. Con todo esto diseñé una propuesta de intervención que se ha ido implementando en algunas experiencias locales en la provincia y en el país a nivel del Consejo de Iglesias de Cuba con muy buenos resultados. 1- La propuesta de intervención psicológica que presentamos pretende estimular el juicio crítico  de las líderes para deconstruir   los significados que la cultura ha instituido a los géneros  y que asigna a través de los roles sociales.  Desarrollar  la autoestima y autoconfianza capaz de transformar la situación de subordinación en las mujeres y que se produzcan transformaciones de la identidad y el modo de vivir, imaginar y actuar el género en ellas. Visibilizar  los “mecanismos de opresión internalizada” que impiden generar conciencia crítica sobre la situación en la que se están inmersas y motivarlas a imaginar alternativas de solución capaces de producir cambios en las relaciones de poder. que las mujeres sean agentes de su propio empoderamiento; en un proceso que eleve la autoestima de las mujeres y les ayude a establecer sus propios objetivos. Ellas  han de identificar obstáculos para expresar puntos de vista, necesidades e intereses propios y oportunidades para superarlos (tiempo, espacio, organización). 

La generación del espacio grupal será el dispositivo para  favorecer el cambio y la toma de riesgos debido al sentimiento de corresponsabilidad. El grupo hace posible la participación y generación de decisiones. La hermenéutica bíblica feminista transitar desde una interpretación androcéntrica hacia una interpretación que haga aparecer toda la experiencia humana, proceso que pasa por detectar el patriarcado, deconstruir sus múltiples expresiones, y buscar transformaciones en la iglesia y la sociedad. 6Pero analizando de manera crítica lo alcanzado hasta el momento hay que decir que todavía es insuficiente. Nos ha faltado amplitud de miras a la hora de intervenir en las diferentes comunidades. La problemática aquí cuestionada no es privativa de las mujeres en los contextos evangélicos. Es la situación común con las mujeres que practican otras expresiones religiosas y aún de aquellas que no practican ninguna.

El General de Ejército Raúl Castro, en su discurso de clausura de la IX legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular decía: “…crece la representación femenina hasta el 48.8 %,… pero ahora hay que continuar, como dicen ustedes mismos, a cargos decisorios, no solamente de números…Y no debemos retroceder ni un milímetro”. 2 Las asignaciones de género propias del patriarcado determinaron que el ámbito público, fuera el espacio de socialización por excelencia de los hombres, mientras que las mujeres eran confinadas al ámbito privado y doméstico. Pero la problemática no se reduce sólo al ámbito político, también a los contextos laborales. Existen estereotipos sociales acerca de las mujeres y el poder: factores que van a estar afectando el acceso de la mujer al poder. “Las mujeres temen ocupar posiciones de poder, a las mujeres no les interesa ocupar puestos de responsabilidad, las mujeres no pueden afrontar situaciones difíciles que requieran de autoridad y poder”, lo anteriormente citado constituyen algunos de los estereotipos que influyen en la carrera laboral de la mujer además de ser asumidos por ellas sin cuestionarlos.  Otras veces se escucha decir: a mí no me interesa el poder sin embargo asume posturas y actitudes donde se reflejan contradicciones al desear puestos de trabajo que representan poder. La percepción que tienen de sí mismas las propias mujeres: la falta de modelos femeninos con los cuales identificarse lleva a este grupo de féminas a sentir inseguridad y temor por su eficacia cuando acceden a lugares de trabajo tradicionalmente ocupados por varones.  Lo anteriormente expuesto  dice de las dificultades que deben enfrentar las mujeres para ascender  a puestos superiores en lo que a dirección se refiere dado por los mitos, estereotipos, que enmarcan a las féminas, donde la imagen de la mujer está asociada al espacio privado porque no tiene “la suficiente capacidad” para enfrentar las tareas que genera este ejercicio, debido a esta construcción social que sobre la mujer se erige se va a conformar una identidad que va a estar regulando la conducta de las féminas y va a influir en su estado de bienestar En el contexto del cambio cultural en el que, por un lado la mujer comienza a incursionar en los puestos y niveles donde se toman decisiones, y que igualmente el hombre aparece monopolizando el poder, supone un proceso profundamente sutil de re significación simbólica que expresa la emergencia de  nuevas identidades genéricas  que no necesariamente significan que el hombre haya perdido el poder. Una reflexión sobre las conquistas conseguidas en la condición social de las mujeres establece como dictamen globalizador que ni la generalización de la formación académica femenina de nivel superior ni tampoco el incremento vertiginoso de su profesionalización, han conseguido hacerlas más visibles en las posiciones de poder, ni político ni económico. 2 Periódico Granma, No. 94, Año 54, La Habana, Viernes 20 de abril del 2018, pág. 5 7

Es por ello que, desde hace algunos años, la meta propuesta para dinamizar el principio de igualdad de oportunidades entre los sexos sea conseguir una mayor visibilidad de las mujeres en la vida pública. Al ser el empoderamiento un fenómeno complejo, multicausal, plurideterminado es necesario intervenir en cada una de sus dimensiones o facetas  de manera estratégica, accionando en los diferentes contextos paralelamente, en tanto con estas estrategias se facilitan la revalorización de las capacidades femeninas y la autoestima colectiva, se producen cambios en la identidad colectiva, se adquieren nuevos conocimientos, se redefinen las normas de género y comienza una crítica de las prácticas culturales. Paralelamente se perfecciona el liderazgo y se puede luchar colectivamente por erradicar las desiguales relaciones de subordinación y se cuestionan los logros alcanzados en materia política, económica y organizacional y a realizar acciones para cambiarlos.   Finalmente, para el empoderamiento de las mujeres, es necesario superar el llamado techo de cristal, que se define como una barrera en el ascenso de la carrera de las mujeres como líderes, tanto en el mundo laboral como en el político y también de modo especial, en el religioso. Las barreras no dependen de las potencialidades individuales (capacidad, motivación o rasgos de personalidad), sino de la estructura organizacional jerarquizada, que sigue siendo discriminatoria para las mujeres; de la falta de ayuda social con respecto a lo doméstico y de los prejuicios y estereotipos de género dominantes todavía en las organizaciones (cultura organizacional). Las barreras, que apuntalan el “techo de cristal”, son tanto internas como externas. El empoderamiento como estrategia sociopolítica, como nueva forma de entender y ejercer el poder no surge de manera espontánea, sino que es consecuencia de toda una trayectoria histórica de la lucha de las mujeres por conquistar sus derechos. Se pretende  que mediante el conocimiento de las luchas y de las formas de entender el mundo las mujeres, puedan tener modelos en los que fijarse.  Debido a que otras mujeres, las que las han precedido, han planteado un nuevo contrato social, ellas puedan plantearse empoderarse y ser capaces de empoderar a otras mujeres e incluso a algunos hombres. Reconstruir la participación de las mujeres significa recuperar, comprender y aprender de las experiencias, del conocimiento y del saber de las mujeres. También es necesario conocer la importancia de nuestro valor social, la importancia del trabajo femenino en la economía mundial, no del trabajo asalariado, que desempeñan tanto hombres como mujeres, sino del trabajo doméstico sobre el que se asienta una de las mayores injusticias sociales. Dejar hablar a las mujeres para decir quiénes son, para romper el silencio que las oculta y porque la construcción del género es al mismo tiempo el resultado de un proceso de representación y auto representación. Existe un paradigma falso, que se basa en el desconocimiento o ausencia intencionada de la presencia de las mujeres y sus obras en los ámbitos científicos y tecnológicos, no están dentro de la historia científica oficial. El silencio hacia las mujeres ha sido demasiado largo, son siglos y siglos de exclusión lo que tenemos en nuestras vidas; además debemos, aunque sólo sean unas pinceladas, conocer y 8
reconocer a las mujeres que nos precedieron. La reconstrucción de la memoria histórico-social de la mujer contribuye a la transformación de su auto representación  genérica. Visualizar ese valor, eleva su autoestima como colectivo social y las impulsa en la carrera por la transformación del liderazgo femenino como manera de visibilizar el género, las libera de prejuicios sexistas, y que se produzcan cambios en la representación social de ambos géneros. Por todas estas razones no podemos acomodarnos en nuestros logros personales o comunitarios, sino unir nuestras voces a las de otras tantas otras mujeres creyentes o no para cambiar el statu quo de las féminas en cualquier lugar del mundo. Dios ama el mundo  y nunca deja de participar en él: esta profunda convicción de fe debe motivarnos a participar en el espacio público.3 Las actividades de la iglesia pueden contribuir a crear un espacio público inclusivo, justo y pacífico, como una valiente expresión pública de la libertad de la iglesia para proclamar y servir. Nuestras acciones pueden pasar desde las intervenciones diacónicas y las acciones comunitarias por la paz y la justicia a nivel local hasta un trabajo en favor de un cambio institucional a nivel local y global (Jeremías 29:7). Pero esto no puede suceder si la iglesia sólo se queda al nivel del discurso sino que puede crear espacios para la diversidad dentro de sus paredes; pero no sólo desde el púlpito sino también en grupos más pequeños, donde la gente puede tener la oportunidad de hablar de cuestiones como sus experiencias dentro de su propia iglesia y en la sociedad en su conjunto. De esta manera pueden  encontrarse con personas y grupos de otras creencias y visiones del mundo para abordar preocupaciones compartidas con el propósito de contribuir al bien común. La justicia y la paz son dones de Dios no sólo para las personas que se reúnen  en la iglesia sino para toda la creación. Si la iglesia se aísla de las preocupaciones más amplias de la sociedad pierde la oportunidad de ser sal y luz para el mundo (Mt 5:13-16). Para esto es necesario ir más allá de la zona de confort institucional y comenzar a vivir proféticamente convirtiéndose en agente de transformación en el mundo (Romanos 12:2). Está llamada a participar, con espíritu crítico y autocrítico, a ser un lugar que dé esperanza; y compartir esa esperanza es una dimensión importante de la participación pública de la iglesia. 3 La Federación Luterana Mundial, 2016: La Iglesia en el espacio público, pág. 99


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